El tren de los sueños. El comandante Luique.
A simple vista, simulaba a un hombre cualquiera de ciudad española sin importar donde, a finales de los años 80 del pasado siglo XX.
Prestando atención al sujeto, presentaba rasgos comunes a esas personas que tienden a no encajar bien en grupo, salvo en contadas circunstancias. Siquiera a la hora de divertirse rodeado de colegas, vaso en mano, fuese a tugurio o fiesta, había algo en él que no acaba de integrarle con el resto del conjunto. Afable, atento, de mirada inquieta, sonrisa con tinte ingenuo y matices de niño travieso. Hombre respetuoso, tími*_do, cohibido, amante y practicante del ejercicio físico, mantenía su cuerpo en excelente estado de forma.
En la frente, profundos surcos delatan esa mente inquieta a la caza de todo porqué, esa curiosidad e interés que convierten al gato en ciempiés.
Casualidades de la vida me llevaron a conocer a este señor y ganar su amistad.
Se fue abriendo a las palabras y, de modo bastante conciso hizo un resumen de vida, obra, miedos...
Trabajaba en la construcción de edificios, manteniendo, ordenando, preparando herramientas y materiales, aunque el grueso de su tarea lo empleaba en dar abasto y otras ayudas a cuatro albañiles. La comida de mediodía, regularmente la hacía en la misma "obra"; apenas reposado el yantar, arrancaba la jornada de tarde. En invierno siempre se le hacía noche antes de acabar, lo mismo al comienzo de primavera y finales de otoño.
De 3 a 5 días en la semana acudía a un gimnasio para ejercitarse, pasando luego una sesión de artes marciales donde se le consideraba discípulo aventajado.
Pese a tanto ajetreo, era lo que se dice un hombre de mal dormir. Soñaba despierto con la idea de enrolarse en la armada, allí a bordo de un barco, con el incesante canto de las olas, el mecer del casco, capaz de apaciguar aquel molesto insomnio que corroía su gracia.
El hombre se presentó a un concurso-oposición y en sólo dos meses logró hacerse con una plaza en una ciudad interior. Le fue asignado un empleo con carácter vitalicio en tiempo de paz y mientras no cometiese faltas graves, con un salario medio, suficiente para acomodar a una familia de 4 personas cubriendo las necesidades básicas, a la vez que suficiente para permitirse algún que otro pequeño capricho a lo largo del año.
La oportunidad de enrolarse en un barco con su run-run adormecedor se había volatilizado, evaporado, disuelto en alguna que otra lágrima seca . Era de esos tipos que jamás ves llorar y, no estaba dispuesto a recurrir al alcohol para bravuconearse el alma ni ablandar de corazón.
Noche tras noche, enfilaba el camino que lleva a esa ilusión que es el tren de los sueños, con la esperanza de tener un viaje largo, confortable. La canción se repetía una y otra vez. Siempre subiendo tarde y apeándose mas temprano de lo deseado. Su ansiedad por recorrer el mundo de los sueños, conllevaba un convoy veloz y aceleradísimo, rara vez se detenía en los apeaderos que suelen usar los viajeros acostumbrados al largo recorrido, con diversas estaciones, paradas y puesta en marcha. La duración media del viaje expresada en horas no solía llegar a 3, pocas noches superaba en número a tres enteros y quedarse entre 4 y 5 suponían para él noches de gran descanso y bienestar.
Esos fantasmas que tanto gustan de asomarse por los relatos, no tardaron en presentarse aquí.
En un primer momento brotó la semilla del desamor, engendrada en la breve etapa en que mantuvo un noviazgo con una joven, vecina del otro extremo de la ciudad. Siquiera dos lunas alcanzó a durar el idilio con su amada. Caprichosa, inmadura, uno de tantos seres a medio educar que esperan bañarse en ciencia infusa para alcanzar la plenitud personal.
Escaso y efímero amor que, acaramela un corazón, haciéndolo irresistible a los aguijones del desengaño y el olvido, portadores del virus que causan la melancolía y otros males del sentimiento.
Cicatrizando las heridas del amor, recorrió episodios con damas de alquiler, probó la magia y el genio comprimidas en botellas expuestas por los estantes de los bares.
Cuando las aguas de su vida semejaban encontrar un remanso, turbios lodazales afloran otra vez a superficie. Aquella fuente de ingresos, de la que vivía en aparente armonía, ocultaba bajo su inocente fachada de organismo oficial, un laberinto de alcantarillas, donde personajes de lo mas descarnado hincaban tajada espaldas a la misión que por ley estaban obligados a defender.
El segundo fantasma llegó de un modo inesperado. Un compañero de oficina le citó una tarde para tomarse unos refrigerios.
Sentados a una mesa en la terraza de un parque, el compi, le pasó una revista con un sobre dentro.
- Si te parece, -dijo el compi-, vamos a dejar nuestra perspicacia y ojo de halcón para los ratos libres y, lloverán muchos más de estos. Recuerda que somos empleados, trabajar lo que es trabajar, aquí sólo el jefe- dijo. Resaltó con la mirada la revista. Hasta mañana.
- Chao, buenas tardes.
-Chao.
Examinó el sobre sin texto adjunto. Adentro, seis billetes de 10.000 pesetas forraban su interior. Agarró la revista y se encaminó a casa para cambiarse a modo deportivo, con el fin de realizar sus habituales ejercicios.
El destino iba configurando la vida del hombre, complicando la ya difícil tarea de este señor para dormir y, no por peso en la conciencia, a sabiendas de que la conciencia es algo íntimo, determinado por varios aspectos y valores personales. Le constaba que verdugos, asesinos, psicópatas, no sentían remordimientos.
Su carácter se fue agriando, aquella oficina ya no le pareció al día siguiente la misma que había sido pocos meses atrás, cuando su incorporación.
Las relaciones con sus compañeros tomaron más distancia, si es que alguna vez fueron cercanas.
Aquella tarde se fue directo a la estación de trenes, sin saber aún por qué. De camino se encontró una farmacia, a escasos metros una bolsa pequeña parecía intacta, iba patearla cuando le echó la mano...Contenía una caja de somníferos más un tubo de pomada . Extrajo el prospecto de la caja y leyó saltando aquí y allá. Entró a un bar, solicitando dos dosis de licor de café, bebida que se hacía de modo artesanal por esas tierras. Del bar a la estación de ferrocarril, apenas distaban tres minutos y menos de 200 mts, no obstante pidió al encargado de servirle en el bar, si podía envolverle un poco jarabe para llevárselo al exterior y saborearlo sin prisa viendo los trenes, eso que algunos autores han dado en llamar animales mitológicos.
Ajustadas la cuentas en el bar, cruzó el hombre la calle y se adentró por el portalón que da acceso a la estación. Ya en el andén, lanzó una visual al entorno, prefirió dirigirse hacia el lado derecho, menos transitado a esa hora. Caminó bajo la marquesina hasta quedar a escasos metros de su final, ocupando un banco libre en ese momento..
Era viernes, tendría hasta el lunes para hacer frente a la locura que iba a cometer. Contó 6 tabletas de la caja de somníferos que fue tomando con pequeños tragos de licor. Continuó saboreando el paisaje y la bebida.
A cada minuto que pasaba, la vista se iba nublando, al tiempo que el desfigurado paisaje le causaba gracia y, una sonrisa dormecina un tanto boba.Tumbado boca arriba, los somníferos sedaron al hombre en menos de diez minutos. Cerró los ojos, la cabeza se fue cayendo hacia su lado izquierdo, en sentido a los andenes. Su postrera mirada, plasmó una estación de ferrocarril con sus moradores, muy borrosa. Esa fue la última luz que cruzó sus ojos.
-El tren de los sueños circulaba ahora en paralelo a escasos pasos de los que son los convencionales de vidrio y acero para usos de gente consciente, y otras mercancías.
Un gnomo, ser pequeño y sabio quien, conocía bien las aspiraciones del hombre, decidió inmiscuirse en la inconsciencia ajena. Allí todo estaba roto, oxidado. Le propuso si querría ser el tripulante de un barco, sabiendo de antemano la respuesta. Para poder llevar a cabo la empresa, tendría que abandonar su cuerpo y adoptar la dimensión de otros seres etéreos. Luego de un breve asesoramiento por parte del gnomo, eligió llamarse Luique y transformarse en duende, pasando a comandar navíos miniatura que surcan los diversos acuarios en el tren de sueños.
Ya de mañana, un juez acompañado de dos agentes del orden y otros dos funerarios, levantaban el cadáver de un joven en un banco de la estación.
La edición de la prensa local, al día siguiente, informaba en la página de sucesos a letra pequeña: -"Aparece muerto un joven en la estación ferroviaria con signos inequívocos de hipotermia. Realizada la correspondiente autopsia se hallaron restos en sangre de psico-fármacos y alcohol. La policía no descarta que se trate de un ajuste de cuentas".
Hoy Luique, vive un sueño particular y hace ameno el viaje a tantos pasajeros que contemplan los acuarios del tren de los sueños. Tripula un par de buques, algún que otro yate, submarinos, utiliza tablas de surf y parece un ser tan feliz como pez en el agua. Recuerden que siempre le pueden encontrar en nuestros acuarios,
buen viaje.
